De niño, el rostro de Caleb Casas comenzó a ser familiar en tele series cubanas como El Cucumí se despierta los domingos o aventuras como Memorias de un abuelo, inspirada en el testimonio Descamisados, de Enrique Acevedo. Todavía lo recuerdan mucho como Darío, el personaje juvenil que escapó a la Sierra Maestra para pelear contra Fulgencio Batista.
«Mis inicios fue una serie infantil hace 32 años. En uno de esos castings masivos que se anunciaron por televisión, mi madre me cogió de la mano y me llevó, porque ella entendía que a esa edad tenía condiciones. Me presenté al casting, eran como 2 000 niños con sus padres, se hicieron varias selecciones, hasta quedar solo los dos personajes principales. Uno de ellos fui yo. Después de eso comenzó algo muy consciente de juego, como algo intuitivo que yo tenía, y me empezaron a llamar y a llamar hasta hoy. Luego, aquello que era solo intuitivo, fue volviéndose más serio. Comencé a estudiarlo, primero en la ENA, luego en el ISA. Pero recuerdo que fue jugando en mis inicios».
Luego, Caleb Casas integró una generación formada por el maestro Carlos Celdrán y su Argos Teatro, compañía con la que ofreció hace doce años su gran éxito en las tablas: Chamaco, del dramaturgo Abel González Melo.
Desde entonces, y por varios años, trabajó entre México, Argentina y Colombia. En este último país alcanzó contratos importantes para series y telenovelas televisivas con la compañía de entretenimiento Caracol, mayormente.
En 2014 regresó a Cuba. «Trabajaba en Colombia desde el 2006 y regresé a Cuba en 2012 para trabajar en el filme La emboscada, de Alejandro Gil. Luego volví a Colombia nuevamente, pero estalló una especie de crisis: bajaron los precios y la gente no tenía trabajo. Y si los de allá no encontraban dónde trabajar, imagínate uno como extranjero. Además, había conocido a Susana Pous, mi actual esposa, y ella también fue un motivo para regresar en 2014».
Y desde entonces se le ha visto fundamentalmente en Argos Teatro. «Diez millones es mi regreso a Argos Teatro, aunque nunca dejé de pertenecer a la compañía, pero mis compromisos fuera del país me impedían trabajar en alguna nueva producción en el teatro. Diez millones ha sido más que un proceso un viaje, porque entenderlo como una parte vital de Carlos era enfrentarse a un trabajo con un fuerte nivel de sensibilidad. Fue muy especial.
«Diez millones y el personaje de Padre marcan para mí un tope, un nivel alto en este momento de mi carrera. Ningún trabajo anterior ha tenido la profundidad, la solidez y la madurez que ha tenido éste. A esta edad puedo decir que sí, estoy cerrando un ciclo importante como actor. Después de esto espero que sea mejor, ¿no?».
Según dice, ahora intenta escoger proyectos y roles complejos que inciten al pensamiento y promuevan conductas diferentes en la sociedad, siempre buscando el bien común y el análisis crítico.
«He hecho cosas de manera intermitente, intentando hacer lo que me guste. Estar fuera me ayudó a ver a madurar un poco y a integrarme a proyectos verdaderamente interesantes. Trato de escoger personajes que sean humanos, complejos, que conmuevan y sean transformadores. No quiero trabajos superficiales.
«Hay quienes piensan que no estoy en condiciones de escoger y debo hacer cualquier cosa. Pero he aprendido que uno no tiene el registro adecuado para hacerlo todo. Desgraciadamente me llegan proyectos muy frívolos y poco profundos. Las razones son disímiles: no hay guiones buenos, o los guiones buenos no cuentan con presupuesto para que afloren. O simplemente no se piensa en mí».
Caleb destaca que no ha vuelto a hacer suficiente cine o televisión en Cuba porque las producciones son escasas o los directores tienen su elenco preconcebido.
«El proceso de producción en televisión es, en ocasiones, un poco desgastante, por el propio ritmo de trabajo. Puedes demorarte un año entero filmando una telenovela, y no me interesa estar tanto tiempo en una producción así».
Su experiencia en Colombia le hizo entender, sin embargo, que Cuba posee algo muy positivo: «la posibilidad que tienen todos los jóvenes de estudiar, lo cual conlleva a un mayor número de excelentes profesionales».
Aunque reconoce que no fue fácil adaptarse a la vida cotidiana de los cubanos. «Yo había adquirido un nivel de vida distinto y de pronto me chocó volver a ser la misma persona que antes. Comencé un proceso de readaptación muy fuerte que me costó una severa depresión. En el teatro no cobro prácticamente nada, lo hago por amor al arte, por puro respeto a la profesión. Quizás en Colombia no me gustaba mucho lo que hacía, pero me pagaban muy bien».