El campesino cubano, hasta el nueve de octubre de 1868, vivía en un mundo rodeado de platanales, sembrados de yucas y boniatos que parecían reventar las tierras por las proporciones de los tubérculos, cerdos de abundante grasa dormían la siesta en los corrales de la finca, las vacas y añojos pastaban en verdes herbazales, las gallinas de la casa hacían sus nidos en cercas de mayales o piña de ratón que señalaba los límites del sitio de labranza.
Las mujeres o los niños de la familia la seguían hasta el lugar donde la gallina ocultaba su nido comenzaba a cacarear, señal de que estaba en gestiones de poner un huevo. Bastaba apartar las largas hojas espinosas de las mayas para retornar a la cocina con media docena de huevos a los que esperaba la grasa chispeante en un caldero que guardaba en sus entrañas metálicas una memoria de fritadas, cocidos y ajiacos que parecían infinitas. Para aquel hombre que:
A la sombra de un caimito
Tengo mi rustico hogar
Esbelto como un pilar
Domina montes y llanos,
El viento arrulla los guanos
De su bien hecha cobija,
Y esta habitación es hija
De mi ingenio y de mis manos.
(Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, Mi hogar)
Aquella vida bucólica comenzó a esfumarse desde el 10 de octubre de 1868 cuando se abandonaron fincas y platanales para irse a pelear por Cuba Libre, las reses fueron dejarretadas por las columnas españolas en operaciones si no había tiempo de llevarlas a sus poblados fortificados, los cerdos y gallinas desaparecieron en una bocanada de hambre de un mundo que se habían vuelto improductivo.
La logística era palabra desconocida para estos hombres y mujeres. Los levantados en armas hicieron sus primeras comidas en las haciendas de los caudillos locales que los guiaban. La idea era abastecer a estos improvisados soldados con los alimentos producidos en las fincas de las localidades donde actuaban. Ante la masiva movilización y el entusiasmo inicial disminuye bruscamente el número de individuos disponibles para atender los sembrados. Este fue la primera señal que recibieron estos guerreros de que en el futuro tendrían problemas con el abastecimiento. Pero parecía que el asunto se resolvería sin grandes contratiempos. Se tomaron medidas así el General Julio Grave de Peralta, jefe de la división de Holguín, en enero de 1869, dio órdenes a los capitanes de su división para que hicieran: “… la recolección de los maíces cosechados en sus distritos…”.
La ofensiva española iniciada en 1869 cambió drásticamente la situación. Los mambises y sus parientes se refugiaron en los bosques. Las prefecturas insurrectas se encargarían de abastecer a los independentistas, por lo menos se creía eso. Según un testimonio sobre una de estas situada en Tacajó en la parte oriental de Holguín estaba formada por: “…más de veinte bohíos, de los cuales algunos están pintorescamente situados. Se cultiva maíz, arroz, boniatos, frijoles, caña, ñame y además coles y otras verduras”. Incluso ni el famoso tabaco cubano se olvidó. En la referida prefectura se consideraba como: “la de mayor importancia la rica hoja del tabaco”.
El ejército español comenzó a actuar sistemáticamente contra estas prefecturas. Al localizar una de estas destruían todos los sembrados. La falta de alimentos fue un desastre para la insurrección. El líder revolucionario Ignacio Mora anotaba en su diario personal: “Agotados los recursos en todo este departamento para alimentarse, han principiado las presentaciones en masa. El hambre no tiene fe en el triunfo” (5). El mismo diarista continúa sus reflexiones sobre la desesperada situación: “Las presentaciones al enemigo son diarias y en bastante número. La causa es el hambre: la falta de alimentos ha de producir peores males”.
Era necesario encontrar una solución a esta situación. Los mambises para abastecerse recurrieron a los sembrados de las fincas y haciendas abandonadas. Cuando una tropa insurrecta acampaba la mayoría de sus miembros se dispersaban en busca de alimentos en estas siembras abandonadas. Esta situación podía en ocasiones traer catastróficas consecuencias como le ocurrió a Calixto García, en septiembre de 1874, cuando fue atacado por el enemigo en momentos: “…en que estaba el campamento sin la mayor parte de la fuerza, por haber ido ésta en busca de provisiones al Zarzal”. El enemigo se impuso por el número y Calixto García rodeado y a punto de caer prisionero realizó su frustrado suicidio.
Los revolucionarios mantenían un activo comercio con los poblados controlados por el enemigo. Para esto se servían de valientes agentes que les hacían llegar lo que podían extraer de esos centros urbanos. También de comerciantes que a cambio de algunas ganancias arriesgaban sus vidas en este tráfico. Todos en caso de ser descubiertos eran ejecutados por los hispanos.
Las prefecturas, las búsquedas de sembrados abandonados, la caza y la pesca y el comercio con los poblados enemigos no podían abastecer a este ejército en campaña. Incrementado su número por la presencia de una gran cantidad de familias. Se estableció como norma el avituallarse en territorio contrario.
Las casas y los sitios de labranzas eran saqueados. Un oficial mambí en el informe a sus superiores notificaba como un éxito que uno de sus subordinados había saqueado: “… algunas casas en las cercanías del campamento enemigo de “San Andrés”, poblado de la jurisdicción de Holguín. Otro jefe insurrecto reportaba que envió un destacamento a territorio enemigo en la brigada occidental de Holguín que, “saqueó algunas casa, de donde extrajo gran cantidad de ropas y víveres” Máximo Gómez también consideraba como un éxito que uno de sus capitanes que operaba en Holguín, en abril de 1872, “… se apoderó de seis casas del partido de Sao Arriba, quemándolas y saqueándolas”.
El asalto de esas propiedades era necesario para que las fuerzas libertadoras pudieran sobrevivir. Su destrucción evitaba que fueran aprovechadas por el ejército enemigo para su abastecimiento y en general que su producción sirviera de sostén al Estado colonial. En todas las guerras destruir las fuentes de riquezas enemigas son una constante.
Pero además de carne y viandas los libertadores necesitaban ropa, calzado, armas parque y diversos medios. Para esto se organizaron los ataque a los poblados y ciudades enemigas. Carlos Manuel de Céspedes con toda la crudeza del momento resumía la necesidad de esos ataques. “Ha llegado el momen¬to en que el pueblo de Cuba comprenda que tiene que guerrear, lo hace, pero quiere comer. Pide los asaltos para obtener dinero y ropa, comprando con lo que coge, lo que necesita”.
Esos asaltos eran en extremo importantes para la vida de los revolucionarios. Eran uno de los medios fundamentales de abastecimientos. Es por eso que en los informes, diarios y correspondencia personal se resalta el botín obtenido con gran alegría. Basta leer algunos de estos documentos para comprender el significado que tuvieron.
En el asalto a Guisa, en octubre de 1872, se había obtenido: “… un riquísimo botín de efectos de ropa, comestibles, reses, cerdos, caballos”. En el ataque a Junucún, un poblado en la jurisdicción de Holguín, en septiembre de 1872, se obtienen: “… gran cantidad de reses, caballos, cerdos y otros efectos…”.
Estas agresiones no se pueden valorar con matices morales. En estos ataques estaba la logística mambisa. La forma más segura que tenían los insurrectos para avituallarse eran esas acciones. De ellos se beneficiaban desde los más humildes soldados hasta los generales, incluso el presidente de la Republica. Si hemos de creer a Calixto García, estos asaltos cambiaron la situación por completo: “Cuando concluía el año 73 estábamos sin parque, ni armas de precisión, al empezar el 74 tenemos de todo en abundancia y no por cierto traído a Cuba por miserables y raquíticas expediciones; sino arrebatados a los godos en buena lid y cara a cara”. Por regla los asaltos se realizaban de noche. Carlos Manuel de Céspedes escribía que era criterio general que: “…aun no estamos en condiciones para atacar de día”. El ataque se concentraban contra los comercios y casas particulares raras veces se asaltaban fortines y cuarteles. No contaban los libertadores con medios de sitios para rendir estos recintos.
Un ejemplo de la magnitud de estos ataques y las dimensiones del botín es el testimonio de un patriota que nos dice que: “…los continuos ataques a los poblados enemi¬gos trajeron la abundancia de ropas y efectos útiles; las grandes rancherías formadas facilitaban víveres y viandas en gran cantidad; la vida se hizo fácil y cómoda donde antes era áspera y dura…”.
Los mambises con voluntad y astucia se impusieron a la desoladora hambre y lograron sobrevivir por 10 años de guerra.